lunes, 10 de junio de 2013

El temor de un beso


Vanessa Ortega


Ahí estaba yo, en frente de la puerta, casi sin aliento, casi sin mí. Temía no sé de qué, Quizás los sentimientos que no sentía me impulsaron. Era extraño, pues no era la primera vez que visitaba el lugar. Era su presencia la que me intranquilizaba, solo escuchaba como ordenaba algunas cosas y de fondo una canción que ni recuerdo, sé que era intensa y que no ayudaba mucho.
La puerta estaba abierta, no del todo, solo lo suficiente. Podía ver una silla y parte del escritorio. Después de mis miedos, decidí empujarla con mis dedos y entrar de una buena vez con paso firme. Él estaba de pie ordenando algunas cosas, se sorprendió al verme y con una sonrisa intentó saludarme, sin dar la cara me senté, pero aún no estaba tranquila, era casi innegable que estaba nerviosa. Quise que me tragara la tierra cuando preguntó ¿qué te pasa? me sentí al descubierto, ¡claro!, pensé, cómo no se daría cuenta si estaba del color de un papel. Intenté calmarme y tomar aire sin que se diera cuenta y solo respondí con un nada.
No sabía que pasaba ni cómo romper el hielo que yo misma había formado. Lo que me tranquilizó poco a poco fue un olor particular, ya lo había olido antes en otros lugares, pero lo reconocía de allí, de él. Un poco más tranquila, pudimos hablar, no fue una gran conversación, todo el tiempo pensaba si estaba diciendo lo adecuado.
Su picardía lo hizo acercarse a mí, yo decidí no luchar contra el destino, pero aun así calculaba cada paso que daba él hacia mí. En algún momento fue tanta la cercanía que no pude más. Me preguntó, ¿te puedo besar? Y yo simplemente sonreí, no estaba aprobando, pero tampoco negando, solo me dejó sin palabras, pero él lo tomó por hecho. No había terminado de procesar la respuesta, cuando sus labios entrelazaron los míos.
La respiración era casi escasa, los movimientos suaves, mis labios algo estáticos, y en mis pensamientos gritando: Ay Dios Mío! Mis sentidos estaban puestos en todo el lugar, lo disfrutaba pero a la vez estaba en expectativa. No sé cuanto duró pero una vez terminó, solo suspire. ¿Insultarlo? No, solo me abrazo y allí fue que mi temor desapareció.

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