miércoles, 4 de febrero de 2015

¿CÓMO SE ESCRIBE UN SUSPIRO?

Quisiera escribir un suspiro mio,
porque guarda todo lo que prefiero no decir,
porque encierra todo lo que por temor no digo
si digo, me expongo a tu respuesta
¿Y si duele? ¿Y si  alegría?...
Prefiero suspirar, uno mio.

Quisiera escribir un suspiro tuyo, porque es tuyo
ahora todo nace de ti,  ¿Lo sabes?
Un suspiro mio que es tuyo,  que me encara y que resuelve
respuestas y preguntas inconclusas.

¿Para que escribir un suspiro?
es mejor que no sepas de tal temor, de tan grande, mi amor.
que es mejor suspirar y sentir, para no decir.

vop.

martes, 27 de enero de 2015

VIDA

Y todo quedará ahí.
Mi vida, tu vida. Que sin saber me tienes  y no sabes cuanto posees.
Que si me pronuncias soy sonora, que si  me miras seré magia, que si me besas no existe, mundo, no existe, tiempo, no existe nada más y nada menos, eres tu,  soy yo, mi vida, tu vida.
Yo.

lunes, 10 de junio de 2013

Diario:

¿Y si no puedo escribir un diario? Es que nadie, ni usted me puede obligar a hacerlo. Es injusto. Quizá mi escritura dependa de mi ánimo, es más, no es quizá, es así. No pienso escribir sobre algo que viví. No estoy dispuesta a que usted señor se entere que hoy me levanté a las cinco de la mañana a trotar, que fue mi primer día y que me di cuenta que hay gente con mejor estado físico que yo. Que he peleado con mi hermana, que no me he bañado porque a una empresa que manda en mi ciudad, se le dio por quitar el servicio de agua, que hay miles de personas protestando por un suelo que les vale más que esta vida y la otra, que las Farc, el Papa, Zucardi, en fin. Sepa usted que me ha tenido todo el día pensando en qué escribir. Me rehúso a buscar y pensar una forma adecuada para escribírselo, tengo tantas y muchas cosas por contar que usted me frena con la obligación, eso es un límite y así no se puede, usted es poeta y sabe que las letras cuando quieren exigen el papel, pero el papel no al revés.


EL ILUSTRE MENSAJE:  


A medida que caía la noche y el sereno se hacia mas profundo; cinco sentires se unificaban para poder plasmar en el lienzo de aquella oscuridad, lo mas penetrante e impactante del sabor agridulce que brotaban las lagrimas, que suaves y leves florecían para dejar escapar esa conmoción que a todos agobiaba.
un tono fuerte pero afectuoso nos recalcaba el ilustre mensaje que por vez primera pude comprender en esa opacidad. Pudimos percibir que nada fue vago y que el objetivo estaba claro para cada uno de los mundos presentes; el tono el sentir y el ilustre mensaje quedaron atados a cada uno de los mundos como una marca intachable , un lazo el cual quedara aislado de cualquier obstáculo. 


REVIVE:

Muchos temen a la muerte sin saber cuántas veces han muerto, tal vez esto ha ocurrido más de lo que ellos imaginan. Es tan sencillo, es la regla, mueres y luego revives. Cada problema, cada dolor, cada caída, cada sufrimiento te conduce a una muerte. Cada error aprendido, cada  lágrima ahorrada, cada levantada y cada auto-regulación es el camino a la nueva vida.
La esencia está en saber revivir, en cuestionarse a sí mismo, dejar pasar muchas y tantas cosas, aprovechar los momentos, reír de la nada, llorar de lo bello, en saber que nada y todo importa, y que sin más, por más que se evite, al final de cada proceso moriremos.  Y aunque llegues a vivir  consiente de tus actos por una u otra razón, la tristeza siempre estará presente, para recordarte que no eres tan grande como parece y que siempre necesitarás de alguien del cual no deberás esperar nada a cambio y si así lo haces, sabrás que morirás una vez más.


ACTUAR O SENTIR

Siempre nos preocupamos por cómo actuar, y más que eso, caemos en excusas de valores o miedos, cuando en realidad solo nos preocupa el qué dirán de nuestras acciones. Estés  bien o mal  solo valen sentimientos que evaporan de tu piel y difícilmente podrás contenerte. Decir No, no es siempre una buena opción cuando el destino y la situación solo te conducen a ello.
Decisiones a tomar resultan intentos vagos, cuando todo conspira  para que sin pensarlo actúes,  por eso se puede perder objetividad. Tus sentimientos se imponen a la razón; en un suspiro estará hecho y te preguntaras ¿Cómo ha sucedido? Entonces valdrá cuestionarse el actuar o el sentir ¿Quedarse sin saber que pudo haber pasado o quedar con la satisfacción de lo que en verdad deseabas?

Aquellos Ojos Musurrantes

Y sintió llorando aquel día, en que la tarde se dormía y se levantaba la noche; Que era mejor callar para no alarmar, que era mejor disimular que demostrar y que era mejor olvidar para no recordar lo duro que seria el día a día de hay al futuro. Los ojos que en su mente labrados yacían penetrantes y susurradores que constantemente le decían: el viento que apaga tu vela se ha acercado; y con esto la luz se ha agotado. Sintió llorando que era mejor levantar que ocultar, que era hora de volar sin despegar y soñar en un lugar donde no pueda callar, alarmar y donde el futuro fuera su presente, donde no ocultara la felicidad de ser el .
Y fue así que volando y soñando, pudo liberarse de esos ojos murmurantes que tanto sintió y lloro aquel día, en que la tarde se dormía y se levantaba la noche. 
El temor de un beso


Vanessa Ortega


Ahí estaba yo, en frente de la puerta, casi sin aliento, casi sin mí. Temía no sé de qué, Quizás los sentimientos que no sentía me impulsaron. Era extraño, pues no era la primera vez que visitaba el lugar. Era su presencia la que me intranquilizaba, solo escuchaba como ordenaba algunas cosas y de fondo una canción que ni recuerdo, sé que era intensa y que no ayudaba mucho.
La puerta estaba abierta, no del todo, solo lo suficiente. Podía ver una silla y parte del escritorio. Después de mis miedos, decidí empujarla con mis dedos y entrar de una buena vez con paso firme. Él estaba de pie ordenando algunas cosas, se sorprendió al verme y con una sonrisa intentó saludarme, sin dar la cara me senté, pero aún no estaba tranquila, era casi innegable que estaba nerviosa. Quise que me tragara la tierra cuando preguntó ¿qué te pasa? me sentí al descubierto, ¡claro!, pensé, cómo no se daría cuenta si estaba del color de un papel. Intenté calmarme y tomar aire sin que se diera cuenta y solo respondí con un nada.
No sabía que pasaba ni cómo romper el hielo que yo misma había formado. Lo que me tranquilizó poco a poco fue un olor particular, ya lo había olido antes en otros lugares, pero lo reconocía de allí, de él. Un poco más tranquila, pudimos hablar, no fue una gran conversación, todo el tiempo pensaba si estaba diciendo lo adecuado.
Su picardía lo hizo acercarse a mí, yo decidí no luchar contra el destino, pero aun así calculaba cada paso que daba él hacia mí. En algún momento fue tanta la cercanía que no pude más. Me preguntó, ¿te puedo besar? Y yo simplemente sonreí, no estaba aprobando, pero tampoco negando, solo me dejó sin palabras, pero él lo tomó por hecho. No había terminado de procesar la respuesta, cuando sus labios entrelazaron los míos.
La respiración era casi escasa, los movimientos suaves, mis labios algo estáticos, y en mis pensamientos gritando: Ay Dios Mío! Mis sentidos estaban puestos en todo el lugar, lo disfrutaba pero a la vez estaba en expectativa. No sé cuanto duró pero una vez terminó, solo suspire. ¿Insultarlo? No, solo me abrazo y allí fue que mi temor desapareció.
Historias Mínimas del Mínimo.

DE LO JUSTO Y NECESARIO

Vanessa Ortega

Un salario mínimo que solo le alcanza a un colombiano para las necesidades básicas. Un mínimo que no tiene derechos a gustos ni superación.
“Ganaré 484.500 pesos, incluido el subsidio de transporte, así que según mis cuentas no puedo gastar más de 150.000 por mes en el arriendo. El resto de mi sueldo lo destinaré para los buses y la comida. ¿Me sobrará dinero? ¿Unos 120.000 pesos para darme gustos los fines de semana? Algún helado, las cervezas, una película, una discoteca, la vida. El lujo de ser un soltero sin hijos que gana el sueldo mínimo y no tiene la obligación de enviarle dinero a su madre”. Así distribuyó el escritor Andrés Felipe Solano, su salario mínimo hace aproximadamente 7 años, después de aceptar el reto propuesto por la revista Soho de sobrevivir en Medellín con los $484.500 establecidos por el Gobierno, como el salario justo para los colombianos.
Desde entonces parece ser que nada ha cambiado, y ese es el reto que asumen los trece millones de habitantes que devengan un salario mínimo legal para poder vivir en este país, habitantes aquejados porque, año tras año el Gobierno expide un decreto basándose en la inflación del país, para determinar cuál es el porcentaje indicado que aumente la base del salario ya establecido, y que aun así, es como si no le aumentaran nada.
Como “miserable” clasificó Julio Roberto Gómez, jefe de la Central General de Trabajadores (CGT), el aumento del salario mínimo para este año, donde el Gobierno decretó un porcentaje de 4,02% que equivalen a un aumento de $22.779 pesos sobre la base establecida el año anterior correspondiente a $566.664 esto quiere decir que el salario fijado para los colombianos durante el 2013 será de $589.500 pesos.
Roberto Gómez expresó que el reajuste es un castigo al consumo de la población que devenga esta remuneración, ya que con cada aumento, crecen los precios de la canasta familiar y así exageradamente todo lo básico. Cómo lo escribió Andrés Felipe en su crónica para Soho “Seis meses con el salario mínimo”, eso solo le rinde a una persona que no tenga obligaciones alguien que solo gaste en sí mismo. Pero y mientras tanto ¿qué pasa con las cabezas de familias, esas que deben responder a las necesidades de sus hijos? ¿Esas que viven con menos del mínimo? ¿O esas que son explotadas por lo “miserable”?
Así como se gana…

Tal es el caso de Nilxa Alvarez, que a sus 41 años trabaja en una ferretería como asesora de ventas, no estudió nada profesional, técnico, o tecnólogo, está allí porque la conocen desde hace 20 años, cuando trabajaba haciendo el aseo en la casa de la señora teresa, quien es la suegra del dueño de la ferretería.
Nilxa vive en el barrio La Candelaria, en Cartagena, dice que su hija estudio para casarse, que vive con ella, su nieta y su yerno, y que es él quien la ayuda con los gastos de la casa, aunque ahora está sin trabajo. Lo que se gana es prácticamente lo que se gasta, dice que la luz, en su barrio la cobran por “carita”, unos pagan 10 mil,
otros 15, y ella paga 25, dice que es injusto, pero que le toca pagarlos porque no es de pelear. Los demás servicios vienen bien, dice. Que el resto del dinero lo toma para la comida y pagar las deudas.
Lo que hace con el resto del salario, es un misterio, dice que no sabe, cree que no hay resto y que si alguna vez lo tiene estará en la próxima quincena, se ríe. Ella sobrevive porque se ha hecho fuerte, siempre ha trabajado dice que aunque sabe que el salario mínimo, es mínimo, le da gracias a Dios que sin ser nada, tiene así sea eso. “la vida esta cara y yo trato de hacérmela barata” expresó Nilxa.
Por eso asigna un poco de dinero para hacer el mini mercado, los jueves cuando ponen todo a mil en un supermercado, ese el Surtimax, “Así me bandeo hasta que llegue el próximo pago. Mi hija vende Bolis, no es mucho lo que se gana, pero eso siempre desembolata el día”. Comentó
Sin Lo Mínimo.
Si bien vemos que las personas se mantienen con los ahora $589.500 y que no son suficientes, como para tener algunas comodidades, o por lo menos vivir sin deudas, también hay colombianos que logran vivir con menos de eso.

Yeismi Machacón, tiene 38 años, vive en La María y es empleada doméstica de medio tiempo. Tiene un salario mensual de $250.000 mil pesos, o sea $125 mil pesos quincenales, de los cuales, gasta en productos de aseo personal, que compra una quincena sí y otra no, los gastos de mensualidad de su hijo Ángel de 3 años, que está en la “Guardería Mayito”, en la cual paga 5 mil pesos mensuales. Su otra hija estudia en el María Reina, ese es de monjas y público.
Paga 30 mil pesos en arriendo, por ser un terreno de la hermana de su esposo, Elkin. Él vende pan en un triciclo y le lleva 10 mil pesos diarios, con los que compra 500 de manteca, 1 lata de atún, arroz menudeado, un plátano, 500 de salchichón, un tomate y una maggi, que es para el desayuno y la cena, por eso siempre deja 3000 mil pesos para que sus hijos almuercen en la casa de su abuela. No hay derecho a jugo, porque si compra para eso se descuadra el día.
También tiene deudas, dice que son necesarias, sin ellas no tendría nada de los electrodomésticos que decoran su casa. Aunque por ser estrato cero, no paga muchas cosas, esta mujer se las arregla para vivir con menos del mínimo, aspira a ganarse un poco más, por eso el año pasado validó su bachillerato y está pensando en estudiar modistería para poder incrementar sus ingresos mensuales así sea a un salario mínimo.
Explotación mínima.
Así como se considera injusta la cifra del salario mínimo, así de injusto es el trato que muchos empleadores le dan a los trabajadores, explotación laboral, horas extras sin remuneración, exceso de las horas legalmente establecidas entre otras cosas.

Evelin pacheco, terminó una carrera técnica en el Colegio Mayor de Bolívar. Actualmente trabaja como auxiliar administrativa en una tienda de decoraciones. Tiene 22 años de edad y aún vive con sus padres. Entra a laborar a las 8 de la mañana,
todos los días de la semana, cuando la contrataron le dijeron que la hora para el almuerzo, era de 1 a 3 de la tarde, de las cuales en realidad solo tiene media hora, porque por algún motivo a Evelia, dueña de la tienda, no le gusta que los empleados salgan a almorzar, dice que primero es el trabajo. Su jornada finaliza a las 8 de la noche, pero si Evelia considera que debe quedarse, la hora de salida se extiende hasta las 11 de la noche.
Evelin hace de administradora, auxiliar, y asesora de ventas por un salario mínimo. Tiene que trabajar para colaborar con los gastos de su casa. No ha descansado desde hace 15 días, dice que está agotada, que ya no tiene vida social. Hace unos días recibió una llamada, donde le dijeron que debía presentarse a una entrevista de trabajo, ella está emocionada, cree que todo será mejor que la tienda de decoración, lo único que le preocupa es en qué momento hará la entrevista, aunque ya ha planeado enfermarse para que le puedan dar así, una forzosa mañana libre.

Se dice que los gastos siempre van a ser conformes al salario que se esté ganando, pero en cada una de las historias expuestas, sobre familias y personas que viven con un salario mínimo, las que luchan a diario para sostener las bases económicas de sus hogares y que muchas veces soportan abusos laborales, para no entrar a competir ese 10.4% de los colombianos desempleados, podemos observar a personas, capaces, llenas de soluciones, y que de una u otra manera se acostumbrar a un modo de vida socio-económico establecido por el Estado, donde no hay derecho a gustos ni a preferencias, ellos simplemente se las ingenian para ser felices con lo justo y necesario.

domingo, 9 de junio de 2013

Por cortesía de una colega, me sirvo en publicar esta Crónica que terminó siendo relato.

Entre dos generaciones


Laura Romero De La Rosa @2013


Para las personas nacidas entre finales de los años 80 y principios de los 90, hoy estamos en nuestros veintes y seríamos unos seres de dos siglos, los que vivimos el cambio de milenio y toda la expectativa catastrófica que rodeó a este, al ver cómo vive la infancia actual claramente nos damos cuenta de que no es ni el más mínimo reflejo de lo que experimentamos en aquella época.
Anteriormente era normal nacer y vivir en familias numerosas, pero sobre todo en casas no en apartamentos. La mitad de mi vida, la viví en una enorme casa que fue construida por mi difunto abuelo quien era ingeniero civil y como dice mi mamá “un exagerado”.
Es una vivienda que cuenta en su primer nivel con siete habitaciones, tres baños, una sala de estar con dos juegos de muebles, otra sala para ver televisión, el comedor y un amplio patio con árboles frutales de diversas especies como mango, níspero y el exótico icaco que muchas personas no conocen y con el que mi tía hacía dulce en Semana Santa. Durante esos años además de esos árboles había de guanábana y naranja.
Hoy día parece que lo más cercano que tienen los niños a la vegetación son arboles bonsái o plantas de sombra que viven en los interiores de los escasos 70 metros cuadrados aproximados de las casas actuales.
En el segundo nivel de la casa de mi infancia, hay otras dos casas igual de espaciosas y con varias habitaciones. La intención que tuvo mi abuelo el “viejo Moncho” al construirla así, fue porque cuando él junto con mi abuela y sus seis hijos se mudaron del barrio La María –cerca del Mercado de Bazurto- hasta El Recreo, su nuevo hogar debía tener espacio para todo el mundo, y posteriormente para recibir en vacaciones a los hijos que se habían ido a estudiar a la capital y que terminaron viviendo allá.
Por alguna razón los espacios amplios, con vegetación y mascotas nos permitían vivir un mundo sin preocupaciones. No era tan fácil tener consolas de juegos de vídeo, no había internet, smartphones o redes sociales que nos alejaran de la vida real para trasportarnos a un mundo virtual lleno de complejidades, que hasta los adultos no comprenden.
Incluso los barrios han cambiado, antes vivía cómodamente en el silencioso barrio, que durante esa época no tenía las calles pavimentadas, ni había casas blancas y lujosas como hoy día, tampoco edificios de apartamentos. Durante las mañanas iba a la escuela y en las tardes jugaba con mi hermano mayor y mi papá en la terraza para ver a las vacas de una finca vecina pastar en frente de la casa.
No me niego al cambio, pero es notable que los años han hecho que lugares como ese pierdan su esencia, transformando un barrio común y corriente de Cartagena en una zona residencial que poco a poco se llena de condominios y de gente que dejó de pagar millones en los impuestos de valorización en Bocagrande y el Centro, trayendo consigo la costumbre de vivir bajo apariencias.
Vivir mi niñez allí, me hizo susceptible de experimentar la sobreprotección de los abuelos, algo que algunos padres y expertos catalogan como “mala crianza”. En la despensa de la cocina siempre había todo tipo de golosinas, cereales azucarados y galletas; mi abuelo acostumbraba a comprar todo en grandes cantidades, por esa misma costumbre de satisfacer a cada persona de su familia.
Mi abuela, una mujer que escasamente llegó cursar la mitad del bachillerato, pero que ha leído más libros que cualquier académico, nos acostumbró a reunirnos todas las noches en su cama para leernos cuentos clásicos como ‘Caperucita’ o ‘Los tres cerditos’, fábulas entre las que recuerdo sus antología de Esopo, Samaniego y Rafael Pombo.
Los niños del siglo XXI, hijos del Wii y del X-BOX, amigos de Android, iOS o Blackberry, hermanos de Facebook y Twitter, primos de Instagram, entre otros ‘tecno-familiares’ tal vez no conocen ese amor excesivo y permisivo de los abuelos
porque solamente los ven cada 15 días o porque quien los cuida y cría finalmente es una Nana o en el peor de los casos la mujer que se encarga del aseo del hogar. De pronto algunos si convive gran parte de su tiempo con sus abuelos, posiblemente porque sus padres trabajan doble jornada y los dejan bajo su cuidado, pero a lo mejor el computador hace que la interacción sea casi nula entre las dos generaciones.
Luego de varios años, mi familia creció. Mi madre no esperaba que a sus 37 años pudiera quedar embarazada de nuevo, seríamos entonces tres hermanos. Este fue el detonante para que mis padres agilizaran los trabajos de construcción de nuestro nuevo hogar. La idea no me agradaba demasiado, me obligarían a salir de mi paraíso, de la burbuja que había construido.
Año 2000, llegó el día de mudarnos a nuestra nueva casa, aunque estaba cercana a la casa de los abuelos, sabía que no la frecuentaríamos mucho de ahora en adelante. También sabía que la extrañaría más que a ninguna otra cosa y además a quienes quedaron viviendo allí. Sin embargo, mi abuelo no soportaba la idea de separarse de sus adorados nietos y por eso él nos visitaba casi todos los días, además porque adoraba la comida que hacía mi madre.
El sentimiento era muy parecido al desarraigo, solo hasta ahora entrando en la adultez empiezo a comprenderlo. Poco a poco fue pasando el tiempo y dejé atrás esa nostalgia. Empecé a identificarme con mi nuevo hogar y el nuevo barrio con gente bulliciosa, el ruido de los carros que pasaban, música estridente a cualquier hora del día sin importar si era lunes o sábado, incluso domingo de Cuaresma.
El ruido se ha convertido en una semejanza entre mi generación y la de los niños y adolescentes de hoy. La música es cada vez más estridente y llena de efectos, con voces distorsionadas por el Autoune. A ambos, los audífonos nos convierten en seres que parecen haber sido alienados por extraterrestres; ahora somos personas que ya no escuchamos la radio y encendemos el televisor solo cuando están pasando el reality de moda.
Debo decir que mi antiguo hogar tampoco pudo escaparse de los cambios generacionales; aunque los muebles quedaron intactos, reformaron las antiguas persianas por unas modernas ventanas corredizas, su antiguo color amarillo de la fachada fue cambiado por el insípido blanco de las modernas casas y edificios que ya había mencionado.
Los árboles frutales fueron desapareciendo, ya no había quien cuidara las plantas y cortara sus ramas secas. Han pasado 13 años y hoy la enorme casa solamente la habitan mi abuela, mi tía y su hija. Les ha resultado muy grande y costosa para mantener, por eso la está vendiendo. Ya no la frecuento como cuando era niña, tal vez estoy siguiendo el ejemplo de los niños de hoy, pero también es un porqué que no sé cómo explicar.
No tengo duda de ser hija de dos siglos me hace diferente a muchos e igual al mismo tiempo, aunque trate de comprender las nuevas realidades de los menores, creo que nunca encajaré en sus dinámicas. Creo que solo me queda guardar en mi memoria esos años como una hermosa etapa de mi vida que si fuera posible devolver el tiempo, sin duda alguna viviría de nuevo.

La pasión de un desconocido

Vanessa Ortega Prins

El tiempo establecido por mis padres se agotaba. Luego del cine, él me pidió que lo acompañara a una velada boxística, no respondí. El deporte no es mi debilidad y de preferir uno, no sería el boxeo. Él tenía que ir, hacer acto de presencia o lo que fuera. No sé por qué razón recordé  las palabras que el padre Edarwin dijo en la misa del domingo “hay que consentir a las parejas para que no se vallan con las vecinas, que los atiende, comprende y les dicen sí a todo.”  Por eso acepté.
La religión es machista. ¿Por qué no pudo ser al revés? ¿Por qué no pensó que sería un lugar poco femenino para mí? ¡Creo que la machista soy yo! Pensaba mientras  nos dirigíamos hacia el Coliseo de Combate. Mi mundo, en el que hablo conmigo misma, se activó y me cuestionaba cómo sería. Pensé positivo; quizás la experiencia de vivir el momento o ver algo nuevo, serviría algún día para algo. También negativo; que en ese lugar la gente se aglomeraba muchísimo, quizás se formarían peleas por fuera del ring, harían disparos y uno de ellos atravesaría mi estomago. Mis padres seguros me matarían. ¡Oh, no! Ya estaría muerta, más bien a él por llevarme a ese suburbio.
Eran las 8:30 pm y ya estábamos en la puerta principal. El habló con el vigilante. Luego me tomo de la mano y entramos. Tranquila, no pasará nada, me dijo. Caminé observando todo. Visualicé hasta las rutas de evacuación, uno nunca sabe.  Entramos y el ruido era estremecedor, parecía la hinchada afervorada del Atlético Nacional o El América.  La gente estaba sentada en los muros de cemento que rodeaban el cuadrilátero haciendo sus apuestas. Podía ver en sus rostros la alegría y el impulso del morbo. Algunos eran reconocidos, creo que nunca pensaron verme ahí, se sorprendían y de algún modo eso me daba valor. A un costado del ring, se encontraban cinco personas elegantemente vestidas. Son los jurados, me dijo él.
Saludábamos  a un par de conocidos, cuando la algarabía se hizo sentir aún más, me asuste. Mire hacia el centro de la plataforma, allí estaba una joven delgada de pelo negro, con atuendo sexy y labios rojos muy bien pintados. Lo miré a él con celos, pero el ambiente me distrajo. Ella llevaba un aviso que indicaba que el pleito entre el colombiano Luis Meléndez, alias el Surtigas  y el mexicano José Cruz Zúñiga, empezaría. El auditorio se preparó, mujeres, niños y hombres ocuparon sus puestos a la espera del combate, y yo ahí con un escaso conocimiento acerca del boxeo obtenido de Telecaribe.
Ya en el ring, estaba cuadrado Surtigas, que le dicen así por que antes era patrocinado por esa empresa de gas natural. Me dijo él.  El juez dio la señal. Esos hombres rudos me parecían estúpidos ¿Por qué pelear por dinero? En fin. Meléndez comenzó con sus jab, esquivando unos cuantos rectos. Los brazos se encogían hasta su mandíbula, luego la soltaba como una palanca y el golpe finalizaba al estrellarse en la carne de su contrincante.
Cada puñetazo me ardía, el sonido de cada impacto me revolvía y me incitaba todo repudio sobre ese acto absurdo. La algarabía del público se agigantaba con cada acción macabra contra el mexicano. Perpleja enterré mis uñas sobre el brazo de mi acompañante. Tranquila me dijo una vez más.
Al parecer Meléndez, el Surtigas, era el preferido de esa velada. Y fue allí donde comprendí el porqué de velada, claro, llegaban dos a pelear románticamente, ante un público testigo de su manifestación divina de brusquedad, por un reconocimiento, que con el paso del tiempo, solo quedaría en la memoria del triunfante.
El sonido de los Crochet -golpe lateral que se dirige al rostro del rival-  parecía venir directo a mí. Zúñiga, el mexicano ya no respondía, no contraatacaba. Todo estaba puesto para el colombiano. La gente feliz, entusiasmada de ver moribundo a un pobre hombre. El juez dio una señal. Los boxeadores se dirigieron a sus esquinas. Con agua y panola  los limpiaban, mientras les daban unos cuantos -más- golpes como su fuera una operación de reanimación. 
Volvieron al combate, Meléndez dio sus dos últimos tiros al rostro del mexicano, de tal forma, que este se derrumbo sobre él. Mis ojos entre cerrados no aguantaban tal dolor, tanta agonía, el nudo que se engruesó en mi garganta quería tomarse el ring y hacer reaccionar a la gente que no paraba de aplaudir y ver en aquello un plan de esparcimiento, de diversión, un deporte. Zúñiga perdió esa noche por Nocaut, la posibilidad de recordarse vencedor.


¿Por qué vivir un deporte basado en la pasión sufrida de un ser humano  que no encuentra un medio de sustento? y aún más ¿Qué hace que se levante e incremente la pasión del morbo ante la sociedad con los combates? Si yo fui susceptible a esa experiencia, casi que traumática ¿Cómo quedarán cada uno de los llamados boxeadores? ¿Cómo quedaría Zúñiga?